Perdonen este asombro ciertamente ingenuo por mi parte, pero… ¡qué difícil resulta hacerse cargo de los problemas políticos y sociales que tienen los países que nos rodean, incluso si se parecen a los nuestros! Salvo si nos interesan para alguna comparación tendenciosa o algún consuelo poco justificado, los males de nuestros vecinos nos resultan tan complicados y opacos como sus idiomas o los jeroglíficos egipcios. Afortunadamente tengo muchos amigos italianos y viajo con la mayor frecuencia que puedo permitirme a ese bendito país que siempre he definido como una España con mejor suerte.
En las últimas décadas he tratado con perseverancia de explicarles la gravedad antidemocrática del separatismo en España, sobre todo del vasco y catalán, pero también su contagio más o menos oportunista en otras regiones. Y la rotura ciudadana que suponen tales exigencias, carentes de justificación histórica mínimamente respetable y sin otra base que una xenofobia a menudo poco disimulada. Ni siquiera cuando ETA aún asesinaba logré convencerles del todo de la importancia del problema.
Mis amigos italianos, mayoritariamente de izquierdas o al menos progresistas, consideraban al separatismo como una especie de movimiento anticolonial, a los violentos como extremistas antisistema (como si ser antisistema fuese forzosamente bueno) y a los defensores de la unidad de España como tibios herederos del franquismo. Mi querido y añorado Gianni Vattimo, cuando era parlamentario europeo, me facilitó en más de una ocasión la palabra en el Parlamento de la UE, pero siempre por pura amistad y convencido de que mi preocupación por el tema era una de mis chaladuras, varias de las cuales conocía demasiado bien.
Pero hete aquí que las cosas han cambiado, incluso en cierta medida se han invertido las tornas. Después de un encendido debate en la Cámara italiana, que duró a lo largo de toda la noche, se ha aprobado la ley de autonomía diferenciada propuesta por la Liga Norte de Mateo Salvini, que ya tenía la aprobación del Senado. Esa ley permite que cada región gestione a su modo las competencias de salud, educación, medio ambiente, comercio, etc. lo cual será muy ventajoso para las del norte, las más ricas, mientras que aumentará el rezago de la Italia pobre del sur.
«Repiten los argumentos antisecesionistas que yo usaba para convencerles de la gravedad del ataque separatista a la unidad de España»
Según asegura Federica D’Alessio en la revista Micromega, el más reputado medio progresista del país, «es el fin de la República parlamentaria italiana, el desmantelamiento de la cosa pública. De ciudadanos democráticos pasamos a ser residentes en las regiones. (…) Nos convertimos en usuarios de servicios y no ya ciudadanos. Perdemos no sólo la unidad de la República, sino la titularidad del autogobierno de ella, su soberanía y, por tanto, la democracia, a través de una desautorización definitiva del Parlamento, sin golpe de Estado militar, sin instaurar una dictadura. Mientras estamos distraídos…»
Los partidos de izquierda se han opuesto con vehemencia pero inútilmente a esta insidiosa operación antidemocrática. El incidente más grave fue la agresión a un diputado del M5 que había tratado de entregar una bandera italiana a Calderoli, principal promotor de la ley. Conviene recordar que la Autonomía Diferenciada aún tiene que cumplir trámites, entre ellos la firma del presidente de la República, quien podría negarse pues sus atribuciones no son las mismas que las de nuestro Rey.
No soy especialmente entendido en política italiana y por tanto no puedo entrar en más detalles sobre este asunto, que ha pasado chocantemente desatendido en los medios españoles. Pero lo que pretendo subrayar es la unanimidad de los intelectuales de izquierda italianos contra esa maniobra separatista poco maquillada. Y la indignación con que ahora repiten muchos de los argumentos antisecesionistas que yo utilizaba para convencerles de la gravedad del ataque separatista a la unidad de España. Cuando las barbas del vecino se afeitan, conviene remojar las nuestras…