El otro día, en el Parlamento italiano, Leonardo Donno, un diputado de M5S, se acercó al ministro Roberto Calderoli, de la Liga Norte, y trató de colgarle al cuello una bandera de Italia. Como es sabido, los de la Liga son nacionalistas regionales y la bandera nacional les da urticaria. Así pues, los correligionarios de Calderoli respondieron a semejante provocación… a puñetazos. Que es ciertamente lo que se merecía Donno por pasarse de listo, si la escena hubiera tenido lugar en cualquier otro sitio, fuese en la calle, en alguna taberna, en el patio de la cárcel o dentro de un contenedor de basura.
¡Pero no en el Parlamento, que, como su propio nombre indica, es un lugar donde se va a hablar y a discutir pero de forma civilizada, no a repartir bofetadas! Se levantaron sus señorías, se armó una trifulca grotesca, Donno salió en silla de ruedas. Calderoli, por cierto, es una vergüenza pública. Por no extendernos sobre su historial citaremos sólo una frase con que en 2013 insultó a la primera ministra negra italiana, la italo-congoleña Cécile Kyenge, diciendo: «Cuando veo a la ministra Kyenge, no puedo evitar pensar en un orangután». ¡Cosas que se dicen y hacen en el país de la finezza!
Las escenas que a veces vemos que se suceden en el Congreso español aún no han llegado a tanto, pero como sigamos así, todo se andará. De momento, sus señorías del Congreso ya dan alipori cada vez que gritan, patalean y se insultan, lo que sucede con frecuencia. ¡Hombres y mujeres hechos y derechos! ¿Qué se habrán creído, dónde piensan que están? La presidenta debería ser más diligente en la expulsión inmediata de los maleducados, tras formular rápidamente los tres avisos protocolarios. Se cortaría el mal de raíz.
Insultos aparte, hasta ahora lo más indecoroso que habíamos visto en nuestros parlamentos —tras el episodio en la asamblea de Madrid en que el concejal Viondi dio tres cachetitos en la mejilla al alcalde; Viondi, por lo menos, dimitió de inmediato— había sido, cuando estaba en el uso de la palabra el jefe de la oposición, al presidente del Gobierno ordenándole desde su escaño a la presidenta «que vaya acabando ya», como si ésta fuera su criada y no la garante de la ecuanimidad en los debates, y el orador, un simple pelma; y cuando Feijóo se lo afeaba («¡hombre, no, ya está bien!»), fingió que lo que todos habíamos visto no había sucedido, cual niño sorprendido en plena travesura que contra toda evidencia dice «yo no he sido». Ése es el nivel en España en 2024.
Ahora lo ha bajado el presidente del Parlamento balear, el señor Gabriel Le Senne (Vox) arrancándole y rompiéndole a la vicepresidenta Mercedes Garrido (socialista) la foto de una víctima de las matanzas franquistas en la Guerra Civil en Palma que ésta ostentaba en la tapa de su ordenador. En Mallorca, a principios de la Guerra Civil, hubo una caza sistemática a republicanos y disconformes en general con la insurrección militar. Los documentados y numerosos asesinatos del fascista italiano conde Rossi y sus secuaces locales, bendecidos por la Iglesia, trascendieron la pura maldad e incurrieron en la psicopatología, tal como explica Bernanos en Los cementerios bajo la luna. Sobre esto no hay discusión.
«En vez de responder civilizadamente echó mano a su ordenador y le arrancó y rompió la foto: gesto inaudito»
Pero en realidad la señora Garrido, en cuanto vicepresidenta del Parlamento regional, no hubiera debido exhibir fotos de ninguna víctima en el tenso debate que se estaba celebrando sobre la cancelación de la Ley de Memoria Histórica, ni gesticular e interpelar al presidente, como según dicen numerosos testigos había estado haciendo. Por su cargo, debería saber que ya no representa al partido que allí la colocó, sino a la totalidad de los ciudadanos mallorquines.
Con más motivo es reprobable la cólera del presidente cuando Garrido, conminada a retirar la foto («por favor se lo ordeno»), le preguntó en base a qué artículo se lo exigía: en vez de responder civilizadamente la expulsó a cajas destempladas, echó mano a su ordenador y le arrancó y rompió la foto: gesto inaudito.
Afeado por todos, pidió excusas, pero entre sus explicaciones en TVE2 llama la atención esta frase: «Lo que me sacó de mis casillas, pido perdón por haber perdido los estribos, fue que no siguieran mis instrucciones».
Podría entenderse el arrebato de cólera, pues hace semanas que crecen la tensión y la agresividad en el Parlamento mallorquín. Pero precisamente la esencia del bien remunerado trabajo del señor Le Senne consiste en no perder los estribos y no salirse de sus casillas. Los modales despóticos sobran. Temple, no se le pide otra cosa. Si de eso no es capaz, quizá haría bien en buscarse otro empleo más acorde con su carácter, que por lo que se ve parece que es fuertecito.